viernes, 14 de enero de 2011

Nexo 2

Despertó de un sueño liviano que lo venia soñando desde hacía días. No tenía un solo dato en su cabeza que lo orientase sobre que duro lecho su espalda descansaba. Irónicamente se sentía muy cansado, y con ese sutil dolor que lo amenaza a uno en cuanto quiere incorporarse, como si sus huesos fueran tan rígidos que no soportarían el menor golpecito y ¡crack!, estallaban en miles de partes. Estaba poseído por una extraña agitación, lo torturaba esa respiración que no es, ese aire que no entra del todo, que, cuanto más se inhala, menos se posee, más se cierra el pecho. El corazón le latía a un ritmo inquietante: ¡tun, tun, tun!, muy rápido. Y luego ¡tun… tun…!, muy lento, el bombeo de sangre se hacía esperar. Todo ese juego histérico de respiración que no era y latidos que no mantenían el ritmo lo sacaron del sueño que parecía haber llegado para quedarse. Todavía no podía hilvanar una imagen en su cabeza, pero las primeras interrogaciones aparecieron. Al darse cuenta de ello reflexiona: “Estoy vivo”.

Evidentemente estaba vivo, pero ello sólo podía ser un motivo de preocupación. Si estaba vivo… ¿En dónde estaba? La curiosidad que ya, levemente, iba picando su obnubilada cabeza, como una herida que comienza a cicatrizar, lo llevó a girar la vista hacia un costado. Todo estaba oscuro, casi negro, infinito. Su corazón no paraba de bailar danzas a las que sólo un psicópata podría hallarle ritmo. El contexto ya le parecía macabro. Pero, graciosamente, esto lo anima… al menos ya podía ponerle adjetivos a la situación. Ahora sólo bastaba seguir explorando su universo con la vista, como hacen las ratas ante el peligro.

Decide mirar su cuerpo, para ver si su cráneo seguía allí ubicado. Tiende a levantar las manos, que apenas siente, ante sus ojos, para sólo distinguir leves sombras. De pronto siente que su cabeza trabaja cual máquina de vapor, tomando temperatura y todo: Entonces hay luz. Y esa luz sólo puede proceder desde detrás de su cabeza. Lentamente se reincorpora y todavía sobre lo que parecía ser un colchón de dura goma, dirige la vista hacia el lugar del que debiera proceder la luz, y, efectivamente, nota como los agonizantes rayos de una luz blanca se introducen por un costado. Por la debilidad de los mismos, calculó que la emisión se encontraba bastante lejos de su posición, y que una pared lateral los separaba, pero no del todo.

La pereza transforma lo inexplicable en temor, y viceversa. Y el temor nos lleva a pensar en detalle todo lo que podemos antes de hacer cualquier movimiento. Eso es lo que nuestro sujeto hizo en su duro lecho: mentalmente trazó los planos del lugar que lo rodeaba, moviendo apenas las manos. Así, pudo deducir que estaba en un cuarto, una habitación. Las paredes eran de duro cemento sin refinar. Su colchón, obviamente parte de una cama, pegada a la pared que impedía el total paso de la luz. Sospechaba que muy cerca se encontraban las otras paredes, que muy pequeño debía de ser su reducto. Pero hasta allí podía llegar el trazado de su plano arquitectónico. Si quería saber más, debía pararse y husmear. Buscar un interruptor, y a falta de él, husmear con las manos, pies, olfato, y lo poco que tenía de vista. Sus oídos estaban, al menos de momento, descartados, desde que había despertado, no había oído un solo ruido. Ni voces, ni música, ni pasos, ni una gotera, ni automóviles a lo lejos, ni ratones… nada.

Así, impulsado por la curiosidad, madre de todo pecado y heroísmo, pone sus pies en el suelo. Primero el uno, después el otro. Una vez afirmado, seguro de poder hacer pie, de no hundirse en un mar de arenas movedizas, decide pararse. Con extrema sensatez, se queda duro como una estatua en su posición, aunque el mareo que le provoca la repentina incorporación, hace que extrañe la cama que lo acobijaba. Resiste y se queda seco durante minutos, tal vez horas… Al ver que nada cambia, decide dar el primer paso. Siente que el cuerpo le pesa demasiado para sus débiles piernas. Le falta energía incluso para poder mantenerse de pie con comodidad, ya no hace caso de su agitación. Pero ya no hay forma de detenerse: da su primer paso.

Rápidamente, para no perder el equilibrio da otro paso, y otro más. Continúa caminando hasta que oye, muy cerca suyo:

- Ni un paso más.

Continuará...