lunes, 16 de julio de 2012

Espiral


Por Jerome Waltimore
Los golpes de la historia (sin mayúsculas, para quitarle Trascendencia al término), vibran aun, no dejan de moverse. ¿Podremos sentirlos?
La tortura milenaria, el amor antes del amor, todo continúa vibrando. Quizás en nuestras manos, la punta de nuestros dedos, en nuestra voz, en nuestros ojos. ¿Podremos sentirlo?
Hemos aprendido a sentir el movimiento de las estrellas, creamos un hombre, y lo hicimos inteligente, creamos diosecillos, creamos a Dios, y lo hicimos por amor. Es temprana nuestra historia: seres, razón, hombre. ¿Tan corto es nuestro recorrido?
Volar puede ser más sencillo que caminar. Al menos más sencillo de aprender. Claro, porque no tenemos alas… Y si creamos una alas podemos crear un gran cielo, celeste, puro, que se extiende sobre nosotros para hacernos de ruta. Pronto ese cielo, esa interminable explanada de vuelo libre, se convirtió en un abanico interminable de posibilidades, y luego, en peso insoportable. Debimos recortar ese cielo. Dotarle de un sentido, de un nombre, de un dueño. Hacerlo Verdad.
¿Y dónde se refleja el cielo? En la tierra. Así se trazó un camino, lineal, recto, perdiéndose en el horizonte de las infinitas posibilidades. Pero con la seguridad de que el camino, el único, seguirá allí. ¿Y con su fulgor, no se ha reflejado en la tierra el peso insoportable del cielo? Nos hicimos pesados, de pronto perdimos nuestras alas, nuestra ligereza, y nos arrastramos por el suelo. ¿Podremos transformar el peso insoportable en suelo, en tierra firme?
 Nos damos cuenta de algo: tenemos pies. ¿Por qué pesan? ¿Por qué los hacemos pesar? Caminando como niños ciegos, sin tacto, comenzamos a caminar. No pudiendo (¿no queriendo?) hacer del suelo tierra firme, le dibujamos unas fronteras. El peso de las infinitas posibilidades, historia repetida. El círculo eterno. ¿Podremos romperlo?
La tierra ya no quiere ser escrita. Ya que estamos en esto de aprender, ¿por qué no el viento? El viento no escribe en la arena, el viento danza con ella, se mezcla, se divide, viene, para irse, y luego volver, siempre distinto, siempre otro.
Pero que digo, mejor no aprendamos. Todo aprendizaje es una resta, limita, frontera.
Junto con las alas heredamos ojos. Vista. Ojos que miran todo, y ven nada. Cuando uno vuela necesita de buenos ojos, como el águila. Tacto, olfato, olvidados. Sólo vista y oído: Verdad. El límite de los ojos, el límite de la oreja. Otra cosa: Mentira.
Pero perdimos las alas. Caída libre, bruta, choque del  suelo. Desnudos, notamos algo: tenemos pies, ¿y si los echamos a andar? Ya veremos, ya veremos…
Sólo caminando, con los ojos cerrados y el cuerpo abierto se pude romper el círculo. Girando, cada nueva experiencia amplía el horizonte. Todo es virgen cuando los ojos están cerrados. Cada nueva experiencia en el espiral, rompiendo el círculo en el espiral.
La música nos hace danzar en ese espiral. La música, que poco entiende de límites, es la frontera de toda palabra.