viernes, 30 de noviembre de 2012

Por qué será

Envuelto en la noche caminaba con mis manos llenas de pintura. Esa que se impregna, olorosa, y que no desaparecerá hasta el contacto con el aguarrás. Por eso el aguarrás siempre me pareció un buen amigo: borra las huellas y es el símbolo de la llegada a casa, seguro de las miradas y del plomo.
Mi marcha apresurada llamó la atención del patrullero. Están bien adiestrados: ante los ojos de cualquier caminante puedo pasar desapercibido... ¿por qué será?.
Pero no a sus ojos. No a sus olfatos.
Las manos negras y brillantes confirmaron sus sospechas. ¿Quién diría que mi amante nocturna podría delatarme de tal manera? Pensar que habíamos transformado algunos muros hacía instantes, parecía olvidar mi tacto, todo aquello que, juntos, creamos.

- ¡Contra el patrullero! ¡Documentos! ¡Las manos separadas!

El sujeto gritaba. Estábamos a menos de un metro, pero gritaba. Palpó mi entrepierna sin pedir permiso - al menos sin que lo oyera. No encontró nada con que entretenerse en mis genitales.

- ¿De dónde viene? ¿Hacia dónde va?
- ¿Por qué me pregunta eso señor?

Bastonazo en las costillas.

- ¡Yo hago las preguntas!

El otro ni siquiera seguía del todo la escena. Su mirada contemplaba el acontencimiento, pero estaba en otro lado. 

- ¿De dónde viene señor?
- De trabajar.
- ¿De qué trabaja?
- De pintor.

Tal vez se sintió insultado o guardaba rencor de la profesión, pero, acto seguido, lo tuve que acompañar.
Mientras viajábamos en el patrullero a la comisaría más cercana me pregunté por qué me notaron sospechoso. ¿Habrán visto el muro?
No. En todo caso eso no era lo más importante...
¿Pero por qué? ¿Por qué para ellos soy sospechoso y no para otros? ¿Por qué reaccionaron ante mi presencia, ante mi forma de caminar, ante mis cabellos, ante mis ropas? Si a nadie más había alarmado con tales nimiedades.
Unas cuadras más adelante lo descubrí: "¡Claro! Es que la otra gente va pensando en sus cosas. Esa gente va pensando. Imaginando. Creando".

Y era eso.
No era sospecha.
Era incapacidad.
Era falta de empatía.

jueves, 22 de noviembre de 2012

Las dos mentiras


Encrucijadas. Las dos mentiras, les decimos. La elección es siempre entre dos mentiras, y una, tan sólo una, es la correcta. ¿Cómo hallar la mentira correcta? ¿Está la mentira correcta relacionada con la verdad? ¿Es esta mentira correcta de antemano? Cruce de caminos. ¿Por cuál seguir? Es la duda lo que atormenta. El instante previo, que se hace eterno, es la tortura. La decisión es lo doloroso. La decisión no es más que un trayecto, un recorrido. Es la distancia que recorre lo que podemos llamar voluntad. Pero esta voluntad no nace con dolor, la voluntad sólo intenta fluir, nacer y morir, para volver a hacerlo eternamente. ¿Y cuándo aparece el dolor? ¿Cuándo la voluntad se hace parto? Pues la respuesta parece sencilla: cuando atraviesa la conciencia. La conciencia es la historia personal del dolor. Es la marca del ganado, el antes y el después.
Antes de la conciencia no hay dolor, porque antes de la conciencia no hay antes ni después. Allí aparecen las dos mentiras, a saberse: mentirse a uno mismo o mentir a un tercero. Sólo cuando se reconocen las dos mentiras se entra en proceso de parto. Nacer no siempre fue dolor.  Pero la pregunta es ética: ¿cuál es la mentira correcta?, y, una vez descubierta:
 ¿Cómo elegir la mentira correcta? - Son dos preguntas bien distintas.
Pues bien, amigos, no tengo respuesta para ninguna de las dos. Los dolores de parto no me dejan pensar.  Los dolores son señales, y para el dolor no hay peor aliado que el de la memoria. Comienzo aquí una nueva historia. Una loa para los deseosos, pecaminosos. Un himno para todos aquellos mentirosos que se atrevieron a no mentirse. Para todos aquellos mentirosos que supieron elegir la mentira correcta. Supieron porque la defendieron.
Recuerdo cuando me crucé con uno de esos mentirosos. Caminaba hacia el frente y miraba a los costados. Cuando llegamos al cruce de caminos le pregunté:
- Ahora, ¿sabes cómo hay que seguir?
- No – Me dijo sin detenerse. Y no lo volví a ver.
Sólo más tarde pude apreciar su regalo. ¡Oh este mentiroso! ¿Quién lo hubiera creído? Fue el único que me pudo regalar semejante tesoro, semejante verdad. Reposando a un lado, tragué sin digerir, y le dije a mí corazón:
- Vamos, que a esta clase de mentiroso puedes decirle cualquier cosa, pero cobarde… jamás.


viernes, 2 de noviembre de 2012

Nexo 3

No toma carrera. Ni siquiera porta armas, hombre... Simplemente, abre la tapa de tus sesos, y con sus manos, con sus finas manos, toma todo. Primero, arranca los hilos que lo atan al cráneo. Duele. Algo en vos quiere estirar el dolor: "Despacio, disfrutalo, nadie nos apura".¿Veo bien? cuando toma tu cerebro, aprieta con sus manos, con sutileza, pero con la fuerza necesaria. ¡Oh, sí que sabe manejar la fuerza! Con la fuerza necesaria para que caiga jugo, ¡y todo ello en sus manos cabe!... En sus pequeñas manos tu cerebro cabe.

Debo decirte amigo: nunca ví a nadie, manipular así un cerebro.

Sin ver siquiera el color de tus humores, el líquido cae. Muchos líquidos que son uno mismo. Y antes de que la primera gota toque el suelo, abre su boca. Su pequeña boca esconde el universo. Puedo verlo todo, un negro que jamás experimenté. Y todo el jugo llena su boca, y atraviesa su garganta. Sus ojos siempre abiertos, lo vemos: ¿Por qué no disfruta de tus jugos? ¿No son acaso refrescantes?

Todo lo pude ver. Porque dos veces estuve allí: adentro y afuera. ¡Cómo se relamían mis ojos!

Con sus tripas ya lubricadas, falta lo mejor para el final (el cerdo que hay en vos se deleita). Abre su boca, y eructa. "Está haciendo espacio"... Sus ojos están clavados en tu cerebro, iluminándolo. Cierra la boca. Sonríe. Unos segundos se intermponen en el camino, entrometiéndose. Los espantás rápido con la mano para ver el final. Con ellos se va su sonrisa. Alzando las manos hasta donde dicen que se encuentra el pasado, sostiene allí arriba la carnada un instante. Y antes de que empezaras a babear, ¡abre tu boca y empuja todo el manjar, llenando tus tripas!

Tu cerebro no le apetecía.

Ahora tenés el cráneo vacío. Tus ojos miran hacia adentro, y hacia afuera. Ni tu cerebro ni el gourmet siguen allí. Pero estómago está lleno. Lleno de todo lo que tus palabras jamás podrán decir. Lleno de manera poco elocuente. Hay energías que se desbordan. Aprendés a rezar para que deje de agitarse el infierno dentro tuyo. Tus piernas te llevan hacia todos lados. Mordés tu lengua. Querés vomitar, pero no podés.

Y no sé como, pero digeriste todo. Y ahora sí, vacío, te echás a dormir. Mientras dejás que otro cuente todo por vos...