Mis ojos vendados. La tela no
alcanza a cubrir toda la órbita ocular, por lo que mi inquieto ojo espía la
parte del suelo que ve. Mis piernas y mi camisa a cuadros, mi gran rebeldía.
Era una tarde de primavera. Hermoso cielo azul, casi puro. De esas que
la ciudad nos da en cuentagotas, como una tortura china. Nos da de lo que no
podremos beber, los que nos saciará la sed, sólo un poco, para esperar con
ansias, otra gota de cielo fresco.
¿Pensabas cómo hace el agua para disolver
rocas?
El césped rodeaba la tierra. Es gracioso como improvisábamos una
canchita allí. Si bien este bicho de ciudad muy lejos se encontraba de los
potreros, esa tierra seca, repleta de rocas y hasta pedazos de vidrio, más
lejos aun se encontraba de ser un campo de fútbol. Este rústico pero sanguíneo
zaguero se cansaba rápido, pero seguía en carrera pese a la opresión en el
pecho y la agitación. Un empujón me lleva al charco y mi pantalón absorbe toda
el agua. Finalizado el partido comprendo el hecho en su total dimensión.
Parecía todo meado.
Transpirado, con la cara y las patas llenas de barro, y con un
símil-meada en el pantalón, comienzo a correr. Se hacía tarde, a las 18 nos
esperaba la clase de catequesis. Mis amigos se ríen de mis pantalones, o no.
Poco importaba, éramos iguales, literalmente del mismo barro, esta vez. ¿Cómo
entrar a la iglesia con semejante facha?
-
Hoy es el
día de la confesión con el padre…
¡No! Malaya sea mi suerte…
La voz sigue firme. El silencio
que rodea es casi total. Alguna música y las inhalaciones de fondo. Alguien con
su nariz congestionada. Pero el silencio escucha atento. Jamás tales oídos. Audiencia
profunda. La voz es profunda, como siempre, como nunca. Los graves vibran, aquí
y allá, pecho y pared.
Los compañeros van pasando. Los suplicantes esperamos afuera el
testimonio de los confesados. ¿De qué se trata todo esto? ¿Qué te preguntó?
¿Cuál fue su orden? ¿Qué dijiste?
-
Le conté
mis pecados.
-
¿Pero qué?
-
Y… que a
veces me porto mal, desobedezco a mis padres, peleo con mis hermanos.
-
¿Eso sólo?
-
Eso y lo
de los pensamientos…
Nunca es eso solo. Lo de los pensamientos… ¿Qué pensamientos? Los
pensamientos impuros, claro está. ¿Pensamientos impuros? ¿Qué es eso, de que se
trata? No tenía idea de que se trataba. Pero a la vez lo tenía muy claro… y
estaba seguro de algo: era malo. Dios es puro, también el padre. Yo tuve
pensamientos impuros. Regla de tres simples. Dios es bueno, yo soy malo. Y allí
estaba su representante. Era el siguiente.
Caminando como quien oculta un arma, me acercaba. Avergonzado de mi
carga. Sólo mis cómplices sabían que ello no era meada. Y allí, dentro, no
tenía ninguno. ¿Alguno de ustedes sabe cuán largo es el camino? Tanto como
puede. La alfombra silenciaba mis pasos, allí el ruido es el diablo. Que nada estorbe
el régimen de nuestro sonido. Unos escalones, y el altar. Al costado, el padre.
Era bueno el padre. No notó mi meada. A estas alturas eso ya era, claramente,
meada. Lo sabía Dios, y lo sabía yo. ¿Quién había convertido el agua en vino? Aquí
podría hacer otro tanto. Pero el padre era bueno, no dijo nada. ¿No lo notó?
Era en emisario de Dios en ese recinto, hombre, no sea blasfemo. Era bueno.
La voz empieza a contar con sus
primeros obstáculos. ¿Cuántas veces podré volver a transmitir las imágenes como
ahora? Todos leemos el mismo libro y dibujamos lo mismo en nuestros cuerpos y
su mente, la mente y su cuerpo. Nunca había notado lo perturbador de la extrema
atención. Cuando los ojos quedan inválidos el cuerpo se libera. Los poros se
abren, las respiraciones se hacen una.
¿Mi mente me juega una mala pasada? ¿Me senté yo en sus rodillas? Si
hoy esa imagen se me hace insoportable, en ese momento no lo fue. Pero, es
borroso. Sólo hay colores, el marrón predomina, el anaranjado de las velas que
se extiende, un aroma acogedor y escalofriante a la vez recorre mis fosas. ¿Me
estará jugando mi mente una mala pasada? Imposible pero cierto. Incierto, pero
posible.
¿Mis pecados? No tenía pecados, o
estaba repleto de ellos. Depende a quién quiera hacer hablar, padre. ¿Quiere
hablar usted a través de mí? ¿Quiere que sus historias hablen por mí? Si quiere
puedo vomitar en su cruz, mis tripas lo agradecerán. ¿Es eso lo que quiere? ¿Es
eso lo que pide Dios?
Pero tenía nueve años. Nada de
eso sucedió. Si a veces pudiéramos volver en el tiempo, con el peine de la
experiencia... Pero nos vamos quedando calvos. Después lo comenté con ella.
Tenía nueve años, y mi espíritu rezaba: ¡Ilumíname, señor, lléname de
pecados! Y no sé si me iluminé, pero empezaron a arder palabras. Palabras de
humo rancio. Desobedecí a mis padres. Peleo con mi hermana. Le falto el respeto
al os adultos, todo el tiempo le falto el respeto a los adultos. Las maestras
dicen que soy muy inteligente, tengo buenas notas, pero que soy insolente. He
probado un cigarrillo padre.
¿Estará conforme el padre? ¿Habrá saciado su necesidad de pecados? En
la charola van las monedas, y en sus oídos los pecados. Había que llenar ambas
cosas. ¿Satisfecho? ¡No! ¡Falta el plato principal hijo! Sus ojos pesados me lo
decían: “Falta más hijo, dilo”. No tenía que hablar, la comisura de sus labios
decía más que cualquier palabra. Su cara era solemne. Esperaba.
Silencio total.
Tuve pensamientos impuros.
Sentía lo que un niño siente cuando confiesa a su madre algo terrible.
Sentía el alivio de haber descargado el peso, y la culpa del que peso siguiera
allí, en alguna parte. Era mío, lo saqué de mi cuerpo, y, de manera muy
egoísta, deje esa basura en medio del mundo. Merezco ser castigado, padre,
madre.
Estaba satisfecho. Al menos hasta el próximo. O tal vez será una niña,
y no comprendo que sucedería en tal caso. La cuestión es que mi pantalón mojado
pasó a un tercer plano. Esperaba el castigo, necesitaba la redención. Llegó. Tres
Padres Nuestros y tres Avemarías. Afortunadamente no me pidió el Credo. Ese no
me lo había aprendido. Me levanté de mi silla (o de sus piernas, jamás lo
sabré), y me dirigí hacia la figura del Sagrado Corazón.
Definitivamente la voz me
tiembla. Una audiencia muda estremece. Siento ese dolor amargo en la tráquea
que retarda el llanto. Es la parte inferior del mentón la que se resiente.
Calambres de lengua. ¿Existe una palabra para ello? Con la fuerza de un macho,
o lo que queda de él continúo relatando. Ya, sólo el final. No juegues así con
sus oídos.
Frente a Jesús sangrando me arrodillé. Efectivamente, recé los tres
Padres Nuestros y las tres Avemarías. Allí en silencio, la imagen me escuchaba,
atenta. Mi espíritu rezaba, el padre me oía a través de mi cráneo. Mi cuerpo
estaba abierto. ¿Quería? No podía cerrarlo. En su casa el padre habla a través
de nosotros. Recorre nuestra conciencia, nuestros pecados. Y Dios. Qué decir de
Dios. Debía agradecerle haberme iluminado, me ayudó a encontrar mis pecados, lo
menos que podía hacer era rezar sus benditos tres Padres Nuestros y tres
Avemarías.
Y salí de la iglesia. Casi completamente seco.
El silencio continúa. No sé bien
cómo, pero sé que es un silencio repleto de sentidos. Las palabras hubieran
cortado el aire. “No nos estimamos los suficiente cuando nos comunicamos con
palabras. Lo que nos acontece no es digno de ser hablado”, dice Nietzsche, el
Anticristo. Y si el lenguaje desprecia el acontecimiento, el silencio se dejó
permear por él.
Al menos, una mano lo recoge. Una
mano pequeña recorre todo ese silencio, desde la punta de mis dedos hasta la
palma, de allí, tal vez a mi pecho, mi centro y mi periferia. Mi cuerpo no
esperaba tal impacto, pero lo deseaba. Son minutos, segundos, nada. Ni la fracción más ínfima puede penetrar en
el silencio. Las manos se alejan del rostro, las manos se buscan entre sí. Los
dedos juegan, son inquietos, graciosos, suaves.
Luego otro impacto, deja caer su peso sobre mi pierna. Jamás un peso fue tan liviano. Mi mano se atreve y juega con los cabellos. Cabellos alborotados y traviesos, y la piel. El movimiento más imperceptible es el que más percibe. Descubro, otra vez, la memoria de los dedos.
Pero de a poco las luces se
encienden, las vendas se desatan y nos incorporamos.
¿Por qué nos levantamos?
“Hope it can continue
a little while longer”.