lunes, 20 de mayo de 2013

Dime lo que festejas...

Aquí me siento a escribir. Son las 5.19 a.m., y aquí yo me siento a escribir. Es que no puedo dormir. Todavía siguen oyéndose bocinazos esporádicos, en alguna calle lejana, y tengo ganas de salir corriendo para abrazarlos. Hoy quise abrazar a todos y cada uno de los canallas que me cruce… ¡y fueron como ochenta mil! No puedo escribir con más estética y gramática que la de la alegría sin palabras. Toda mi vida dudé de la felicidad, hasta hoy.

- No, ¿cómo vamos a ir a festejar al monumento, si volvemos al lugar que nos corresponde, del que nunca debíamos haber salido?

Semanas escuchando eso. Yo seguía firme en mi pensamiento: Central asciende y voy a bailar hasta las 5 de la mañana al monumento, con vos, con el que quiera, sólo, no me importa. Hasta que pasó. Más de diez mil personas en la ciudad más lejana que nos podría haber tocado ascender, fiel a la historia canalla. Y yo acá. Esto de ser pobre a veces no está bueno.

Cuando entra el cabezazo, mi amigo ya no sostenía su discurso. Ya se veía en sus ojos la alegría contenida, las ganas de festejar. De algún modo me dijo, presentía que no íbamos a estar solos en el monumento.

El final del partido me encontró mudo. Las primeras lágrimas ya escapaban. Luego risas. Lágrimas y risas, hacía mucho no me pasaba eso. Claro, un año, más o menos, cuando le ganamos a Defensa y Justicia sobre la hora, en ese campeonato nefasto que nos dejó otro año más en la B. ¿Defensa y Justicia? ¿Festejaste eso? ¿Festejaste en el monumento un ascenso? Por allí leí a alguien en un gracioso tono frío y sarcástico: “Dime que festejas y te diré quién eres”… Y recordé: ¿No son los mismos que fueron hace exactamente 2 años y 363 días a festejar nuestra caída al mismo lugar?

Pero para qué buscar explicaciones. De qué me vienen a hablar. Qué me van  hablar de amor. Este anarquista, escéptico, anticristo que les habla, ha dudado de todo en su vida. Dudo de absolutamente todo, y hasta, si quieren, de mi orientación sexual, pero hay algo de lo que estoy seguro: desde antes de nacer era hincha de Rosario Central. Podría vivir sin cualquier cosa, pero nunca sin Central.

Al terminar el partido marcho feliz por las calles, pero triste, porque debo trabajar y mi festejo al monumento se va a retrasar. Llego a trabajar y cuando cruzo la mirada de mis viejos, aquellos portadores del espermatozoide y del óvulo que me hicieron canalla antes que cualquier cosa, no puedo contener mi llanto.  “Llevá estos tres pedidos y andá al monumento”, me dice mi viejo. Cómo no me iba a dejar ir, si él hubiera hecho lo mismo…

¡Y lo hizo! Cerró todo y a la mierda. Mañana no comeremos, el alquiler no pagaremos, pero yo… ¡yo me voy al monumento! Ese mismo, que la mira a mi vieja y le pregunta, sin poder creerlo, cómo es que tuvieron un hijo tan canalla. “Cómo es que nos salió este coso que sufre tanto por unos papanatas corriendo adentro de la cancha. Este pobre pibe que lo único que mamó de Central son tristezas, derrotas, fracasos, vergüenzas. Un pobre infeliz que en 24 años no pudo ver nada de lo que nosotros vimos, el Central campeón, aquellas glorias como Kempes, Poy, Gramajo, Palma y otros tantos”. Eso dicen, el día en que su hijo pide faltar al trabajo para ir a ver a unos muertos de hambre que juegan un fútbol horrible, dar pena contra un equipo de jugadores que se sacan fotos con las 40 mil almas que llenan ese estado auriazul de fondo.

He visto equipos espantosos, jugadores paupérrimos vestir la camiseta. Aún así, cada año renovando esperanzas. Con mi tío, ese que me hizo socio y que hasta el día de hoy se pone nervioso como un pibe, y que cada año renueva plateas, esperando algo de Central… ¿Y me decís que no salga a festejar? Tres años de sufrimiento. Qué digo tres… ¡6 años de sufrimiento! Porque esto empezó antes de aquel día lluvioso y frío. Aquel 23 de mayo que recuerdo como si fuera hoy. En el que fui sólo, totalmente sólo a la cancha, a ver a un montón de jugadores tirados ahí, dando lástima contra un equipo que venía a perder dignamente y nos pintó la cara. Me veo y me doy pena, sólo en la popular, llorando como un niño que perdió a su madre. Si hasta un señor de unos sesena años se me acercó y, mientras me palmeaba la espalda, me dijo: “Pibe, esta ya la viví. Es duro, pero, como todo, pasa. Ya vas a ver cuando volvamos”. No me olvido, y creo que nunca voy a poder olvidarlo.

¡Y me decís que no festeje! Tres años. Esas palmadas ahora son un empujón que me dicen: “Nene, andá y festejá. Cambiá esas lágrimas de dolor por lágrimas de felicidad”.

Ochenta mil personas. Esta noche, ochenta mil personas fueron empujadas, sin organizarse nada, sin discutirlo previamente, fueron arrojadas a las calles de la ciudad, de un golpe a festejar. ¿A festejar qué, el ascenso? No. A festejar esta locura hermosa que es ser hincha de Central. ¿Cómo explicarlo? Como en lo más bello de la vida, las palabras están de más. ¿Cómo explicás la vida? ¿Cómo explicás la muerte? ¿Cómo explicás el amor? ¿Cómo explicás un orgasmo? No se puede. Entonces, ¿por qué carajo te molestás en explicarle a alguien qué es ser de Central, que es todo aquello junto y más?

Sin embargo sirve hablar, contar, para que no se olvide. Así es como a la 1 de la madrugada, muertos de frío, en moto, dos canallas recorremos la ruta hasta llegar al alejadísimo aeropuerto al que van a llegar los jugadores. “Qué enfermos que estamos”, decimos. Si, enfermos como las otras 8 mil personas que hacían lo mismo. Esperar juntos. ¿A quién? ¡A nadie! Porque la mayoría ni los vimos a los jugadores.

¿Importaba? ¡No hermano! Lo único que queríamos es estar juntos. Lo más juntos posibles ante el temor de que se escape esta energía hermosa que se formó, no hoy, que ascendimos, ni de la racha que nos llevó a la cima del Nacional B. Un poco antes. Exactamente hace 124 años. Algo que no se extinguirá jamás, porque donde no existas, te inventaré.

Y me decís que no festeje… Por las calles, el color de la alegría. Pero también el olor del temor.

Dime que festejas y te diré quién eres.

¡Qué me van a hablar de amor!

viernes, 3 de mayo de 2013

Caminar correr saltar

Saltar,
sin mirar abajo y
como nunca has saltado,
hacia un mar de nada.

¿Cómo hiciste?
Preguntás cómo hice.
Si vos misma lo hacés,
y me preguntás como hice...

Ya que no te animás,
te cuento.
Hacé como sí,
hacé como sí,
hacé como sí.

Hacé como si no supieras,
que antes de saltar,
te espera un mar de nada.

Saltá.

Caminá bajo la lluvia,
durante horas
y vidas.

Y aunque nada puedas lavar,
inventale gustos al agua...