El amor es nada;
una nada inmensa.
La felicidad es nada;
una nada hueca...
martes, 27 de agosto de 2013
lunes, 5 de agosto de 2013
Lo que soy
Treinta minutos me bastaron, para saber que no podría dormir más. Con nuevas energías, tal vez bastó ese tiempo para conectarme con la parte oscura, la cara invisible, aquel mundo único en el que es posible hacer todo con nada. Aquí ha quedado todo por digerir. Y dioses viejos. Viejos y cansados.
El aire se ha tornado un tanto viciado. Por un humo que de ningún lado procede. ¿Cuán permeable fue mi cabeza? ¿Cuánto de aquel mundo oscuro dejé penetrar en el nuestro? Debo controlar mis sueños. Por algún hueco se filtra cierta luz de la noche: La ciudad nunca descansa, y así me lo hace saber.
Giro, y a mi derecha, descansa, con un sueño tan pesado que tanto más la hunde en el colchón. Una idea grosera recorre lentamente mi mente, pero no puedo descifrarla. Mi boca está inquieta, siento que mastico algo, pero la cavidad está completamente vacía. Abundante saliva segregan mis glándulas que saben, más que yo, que algo está por suceder.
Tiemblo. Como un imberbe. Una inteligencia primitiva me dice que no moleste a la bestia. Pero el calor de mi cuerpo se ha adelantado y, entre gotas de sudor, aceleran mis manos. Despego de la cama bruscamente, tal vez porque así la despierte y me ahorre el futuro. Pero no. Sigue dormida. Nunca dos ojos descansaron tanto.
Enciendo la luz del baño, necesito quitar este demonio de mí. Bebo agua helada para lubricar mi razón. Grave error, como si hubiera bebido combustible, emprendo decidido la marcha. Me arrojo a su lado, rodeado del más espeso silencio. Mis manos se detienen frente a su rostro. No volverá a ser el mismo. Ni lo que soy, seré. Tiemblo tanto. Un sabor amargo recorre mi boca.
Un instante de vida detenido. Sólo su respiración empuja al tiempo a seguir. Ya estamos en esto.
Agarro violentamente su boca. Mis manos cubren todo su rostro. Despierta, sin embargo, lenta y suavemente: alguien en sus sueños le habló del futuro. Parece reír, pero sus labios no se mueven. En un signo alentador de vida, deja de respirar. La beso y me deja hacerlo. Trágica, como perdonándome todo aquello que no controlo, pero sin comprometerse con todo aquello.
Entre una fina música mis latidos se elevan y el humo la desnuda, alguien hace lo mismo conmigo y la piel deja de ser una frontera. Todo lo que tenemos dentro escapa sin que podamos evitarlo. La golpeo. Una y otra vez. Agarro sus pelos y tiro hasta arrancarlos. Sus ojos evidencian lágrimas de dolor y me incitan a más. Sus uñas se clavan profundos centímetros en mi carne. Un dolor insoportable recorre mi médula. La habitación cobra luz, una luz cegadora que nos da un golpe de realidad tan potente que no lo absorbemos.
De vuelta en la oscuridad, siento el cálido recorrido de la sangre en las sábanas, mis manos pegajosas y el líquido brillando en su cara. Lo que no soy, seré. Esto no durará mucho más. Arranco con mis pocas uñas la piel de su rostro. Es una tarea fatigosa, no se desprende fácilmente. Ella deja de gritar. Fue allí cuando noté que antes lo hacía. La piel queda bajo mis uñas. La quiero al fin desnuda, de una vez y para siempre, definitivamente. ¿Cómo alcanzar la desnudez total? Debajo de su rostro hay más y más carne. Y la sangre…
Continúo, preguntándome hasta cuándo, sin que me repugne. Por ello reían sus ojos. Se trata de una bestia sin fondo. Resiste mis embates como el mismísimo diablo. Allí tuve una visión desgarradora: lo que fue, volvería a ser. Regenerándose mediante un nauseabundo mecanismo biológico de subsistencia. Cansado de mis inútiles manos, muerdo toda su piel. Mis dientes comienzan a arrancar los pedazos de carne cruda. Nunca comí humanos, hasta allí.
¿Hasta allí? No puedo darme respuestas, los humanos tienen fondo. Ella no.
Sin darme por vencido golpeo cada vez más fuerte. Sus espinas atraviesan mis manos de lado a lado, y hasta bebe de mi sangre, el dolor es insoportable. Sus ojos se tornaron vacíos, dentro de aquellas inmensas pupilas tal vez pudiera volver a ese mundo en que, de la nada, todo nace. ¿Cómo podré volver? Así, cada vez más, se descarría la voluntad de mis sueños.
Las arremetidas finales no encuentran carne que cortar. Me desinflo entre espasmos y toda la vida que agitaba mi cuerpo se escurren con mi libido. Finalmente, esta intimidad tan de dos que fue en un principio, se transforma en pantallazos de un circo que me tiene como figura central. Vuelvo de un golpe a la oscuridad, mientras los violines tocan la melodía más visceral jamás tocada.
Sin soportar más el peso del aire, me dejo caer, como un prenatal, en las sábanas saturadas de sangre. Mientras ella, como una madre que todo lo perdona, me abraza con mantas limpias y me consuela.
Porque vuelvo a dormir, como si nunca hubiera despertado. Porque al final, lo que fui, soy.
El aire se ha tornado un tanto viciado. Por un humo que de ningún lado procede. ¿Cuán permeable fue mi cabeza? ¿Cuánto de aquel mundo oscuro dejé penetrar en el nuestro? Debo controlar mis sueños. Por algún hueco se filtra cierta luz de la noche: La ciudad nunca descansa, y así me lo hace saber.
Giro, y a mi derecha, descansa, con un sueño tan pesado que tanto más la hunde en el colchón. Una idea grosera recorre lentamente mi mente, pero no puedo descifrarla. Mi boca está inquieta, siento que mastico algo, pero la cavidad está completamente vacía. Abundante saliva segregan mis glándulas que saben, más que yo, que algo está por suceder.
Tiemblo. Como un imberbe. Una inteligencia primitiva me dice que no moleste a la bestia. Pero el calor de mi cuerpo se ha adelantado y, entre gotas de sudor, aceleran mis manos. Despego de la cama bruscamente, tal vez porque así la despierte y me ahorre el futuro. Pero no. Sigue dormida. Nunca dos ojos descansaron tanto.
Enciendo la luz del baño, necesito quitar este demonio de mí. Bebo agua helada para lubricar mi razón. Grave error, como si hubiera bebido combustible, emprendo decidido la marcha. Me arrojo a su lado, rodeado del más espeso silencio. Mis manos se detienen frente a su rostro. No volverá a ser el mismo. Ni lo que soy, seré. Tiemblo tanto. Un sabor amargo recorre mi boca.
Un instante de vida detenido. Sólo su respiración empuja al tiempo a seguir. Ya estamos en esto.
Agarro violentamente su boca. Mis manos cubren todo su rostro. Despierta, sin embargo, lenta y suavemente: alguien en sus sueños le habló del futuro. Parece reír, pero sus labios no se mueven. En un signo alentador de vida, deja de respirar. La beso y me deja hacerlo. Trágica, como perdonándome todo aquello que no controlo, pero sin comprometerse con todo aquello.
Entre una fina música mis latidos se elevan y el humo la desnuda, alguien hace lo mismo conmigo y la piel deja de ser una frontera. Todo lo que tenemos dentro escapa sin que podamos evitarlo. La golpeo. Una y otra vez. Agarro sus pelos y tiro hasta arrancarlos. Sus ojos evidencian lágrimas de dolor y me incitan a más. Sus uñas se clavan profundos centímetros en mi carne. Un dolor insoportable recorre mi médula. La habitación cobra luz, una luz cegadora que nos da un golpe de realidad tan potente que no lo absorbemos.
De vuelta en la oscuridad, siento el cálido recorrido de la sangre en las sábanas, mis manos pegajosas y el líquido brillando en su cara. Lo que no soy, seré. Esto no durará mucho más. Arranco con mis pocas uñas la piel de su rostro. Es una tarea fatigosa, no se desprende fácilmente. Ella deja de gritar. Fue allí cuando noté que antes lo hacía. La piel queda bajo mis uñas. La quiero al fin desnuda, de una vez y para siempre, definitivamente. ¿Cómo alcanzar la desnudez total? Debajo de su rostro hay más y más carne. Y la sangre…
Continúo, preguntándome hasta cuándo, sin que me repugne. Por ello reían sus ojos. Se trata de una bestia sin fondo. Resiste mis embates como el mismísimo diablo. Allí tuve una visión desgarradora: lo que fue, volvería a ser. Regenerándose mediante un nauseabundo mecanismo biológico de subsistencia. Cansado de mis inútiles manos, muerdo toda su piel. Mis dientes comienzan a arrancar los pedazos de carne cruda. Nunca comí humanos, hasta allí.
¿Hasta allí? No puedo darme respuestas, los humanos tienen fondo. Ella no.
Sin darme por vencido golpeo cada vez más fuerte. Sus espinas atraviesan mis manos de lado a lado, y hasta bebe de mi sangre, el dolor es insoportable. Sus ojos se tornaron vacíos, dentro de aquellas inmensas pupilas tal vez pudiera volver a ese mundo en que, de la nada, todo nace. ¿Cómo podré volver? Así, cada vez más, se descarría la voluntad de mis sueños.
Las arremetidas finales no encuentran carne que cortar. Me desinflo entre espasmos y toda la vida que agitaba mi cuerpo se escurren con mi libido. Finalmente, esta intimidad tan de dos que fue en un principio, se transforma en pantallazos de un circo que me tiene como figura central. Vuelvo de un golpe a la oscuridad, mientras los violines tocan la melodía más visceral jamás tocada.
Sin soportar más el peso del aire, me dejo caer, como un prenatal, en las sábanas saturadas de sangre. Mientras ella, como una madre que todo lo perdona, me abraza con mantas limpias y me consuela.
Porque vuelvo a dormir, como si nunca hubiera despertado. Porque al final, lo que fui, soy.
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