jueves, 22 de noviembre de 2012

Las dos mentiras


Encrucijadas. Las dos mentiras, les decimos. La elección es siempre entre dos mentiras, y una, tan sólo una, es la correcta. ¿Cómo hallar la mentira correcta? ¿Está la mentira correcta relacionada con la verdad? ¿Es esta mentira correcta de antemano? Cruce de caminos. ¿Por cuál seguir? Es la duda lo que atormenta. El instante previo, que se hace eterno, es la tortura. La decisión es lo doloroso. La decisión no es más que un trayecto, un recorrido. Es la distancia que recorre lo que podemos llamar voluntad. Pero esta voluntad no nace con dolor, la voluntad sólo intenta fluir, nacer y morir, para volver a hacerlo eternamente. ¿Y cuándo aparece el dolor? ¿Cuándo la voluntad se hace parto? Pues la respuesta parece sencilla: cuando atraviesa la conciencia. La conciencia es la historia personal del dolor. Es la marca del ganado, el antes y el después.
Antes de la conciencia no hay dolor, porque antes de la conciencia no hay antes ni después. Allí aparecen las dos mentiras, a saberse: mentirse a uno mismo o mentir a un tercero. Sólo cuando se reconocen las dos mentiras se entra en proceso de parto. Nacer no siempre fue dolor.  Pero la pregunta es ética: ¿cuál es la mentira correcta?, y, una vez descubierta:
 ¿Cómo elegir la mentira correcta? - Son dos preguntas bien distintas.
Pues bien, amigos, no tengo respuesta para ninguna de las dos. Los dolores de parto no me dejan pensar.  Los dolores son señales, y para el dolor no hay peor aliado que el de la memoria. Comienzo aquí una nueva historia. Una loa para los deseosos, pecaminosos. Un himno para todos aquellos mentirosos que se atrevieron a no mentirse. Para todos aquellos mentirosos que supieron elegir la mentira correcta. Supieron porque la defendieron.
Recuerdo cuando me crucé con uno de esos mentirosos. Caminaba hacia el frente y miraba a los costados. Cuando llegamos al cruce de caminos le pregunté:
- Ahora, ¿sabes cómo hay que seguir?
- No – Me dijo sin detenerse. Y no lo volví a ver.
Sólo más tarde pude apreciar su regalo. ¡Oh este mentiroso! ¿Quién lo hubiera creído? Fue el único que me pudo regalar semejante tesoro, semejante verdad. Reposando a un lado, tragué sin digerir, y le dije a mí corazón:
- Vamos, que a esta clase de mentiroso puedes decirle cualquier cosa, pero cobarde… jamás.


No hay comentarios: